Las experiencias en Cuba suelen ser bastante divididas. Están los que se van enamorados, los que dejan la isla muy poco convencidos de lo que vieron y los que opinan acerca de todo el país sin haber salido del all inclusive de Varadero. Claramente, yo estoy en el primer grupo. Me fui de Cuba queriendo volver (y de hecho volví sin que pasara un año) y no veo la hora de poder regresar, vaya a saber cuándo será posible.
Cuba es la isla donde todos comen, tienen acceso a la salud y a la educación. Es donde los niños aún juegan en la calle, incluso en el malecón de la capital. Es donde el señor del chiringuito te dice que hace el mejor mojito del país y no miente. Es donde una persona en la calle tiene una conversación de media hora con alguien en un balcón. Es el país sin publicidades, donde tu cabeza se toma vacaciones del consumo continuo. Donde hay que hacer un esfuerzo para comprar algo. Un país donde encontrás artistas super talentosos donde menos lo imaginás. Es el balcón sobre calle Galiano de Elizabeth, donde ves el movimiento de la mañana mientras desayunás. Es la FAC, los cafetales de Viñales, el empedrado de Trinidad e ir a la plaza más cercana para conectarse a internet. Son las playas increíbles, los caserones de colores, la gente sentada en la puerta de sus casas a la tarde.
Cuba me trató siempre muy bien, así que no puedo menos que retribuir su hospitalidad instándoles a que incluyan a la isla en sus futuros planes de viaje. El turismo es uno de los pilares de la economía cubana, así que espero que muy pronto sean muchos los viajeros reactivando su economía.
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