Día 1: Albania

Fui a Albania con mucha incertidumbre, aunque no tanta como la de estos días, tengo que decir.

La única referencia de la región que tenía era Croacia y Macedonia, país que visité justo antes de llegar a Albania. Sabía que Albania era diferente, aunque no sabía cuánto.

Una de las cosas que conocí de Albania fueron sus rutas sinuosas y sus conductores un tanto bruscos, yendo de Gjirokastër a Sarandë en una combi que no cumplía con una sola medida de seguridad. Varias veces pensé que iba a morir en una ruta perdida, por lo que decidí mirar mi celular por un rato, para evitar mirar el camino y tener el corazón en la boca cada vez que un camión aparecía de la nada en una ruta hecha para un auto y medio.

En esa combi también viajaba una señora mayor, que iba sentada a mi lado, que me hizo acordar a la abuela de «Mi gran boda griega». La señora intentó conversar conmigo gran parte del viaje. Nadie en la minivan hablaba inglés así que por más que intentaba explicarle que no la entendía ella seguía sonriendo y charlando. Antes de llegar a Sarande ella pidió para bajar, me palmeó la pierna como despidiéndose y al pasar por delante mío me apoyó la mano en la cabeza, como se hace con los niños que una conoce. El gesto se sintió super familiar y me dejó desconcertada y emocionada.

Se puede decir que la experiencia en el bus representa mi visita a Albania. Arquitectura comunista, arcos musulmanes, mucho arte callejero, tipos un poco hostiles, mujeres super amables, niños con un poquito de inglés dispuestos a ayudar, playas de agua turquesa, montañas de verde intenso, paisajes áridos de calor infernal. Albania fue un poco desconcertante y todo el tiempo parecía que estaba sucediendo algo. Albania no se anda con medias tintas. La mejor manera de saber cómo es Albania es ir hacia allá y ver por una misma, porque tengo la impresión que hay tantas Albanias como personas que la visitan.