Después de unas semanas en Buenos Aires, mi cuerpo dijo ¡basta! por lo que empecé a buscar lugares hacia donde escapar aunque sea un fin de semana.
Aprovechando una promoción con millas de Aerolíneas Argentinas me decidí por Jujuy, provincia que estaba bien arriba en mi lista de pendientes nacionales. Así que el canje que hice me resultaba prometedor no sólo porque implicaba salir un poco de la ciudad sino porque finalmente iría hacia noroeste argentino.
El sábado a la madrugada, entonces, volé hacia San Salvador de Jujuy. La visita fue corta – volví el domingo a la noche – pero aproveché muchísimo el silencio, los paisajes increíbles, las largas caminatas.
Jujuy me en-can-tó. Tanto, que regresé pensando en que tengo que volver pronto.
Esta entrada, por lo tanto, está pensada para quienes, como yo, sólo pueden planificar un viaje jujeño relámpago. Hay muchísimos lugares para descubrir en la provincia, pero bueno, comparto mi experiencia con la esperanza de que motive a alguien ir al norte, bien norte, de Argentina.
Día 1: Purmamarca y Tilcara
Mi vuelo llegó cuando terminaba de amanecer en Jujuy, a eso de las 7.30 de la mañana. Basándome en mi investigación previa al viaje, apenas en el aeropuerto – que está en Perico – ubiqué el stand de las combis que van desde allí hasta la Nueva Terminal de Omnibus. La empresa se llama M.A.R. tours y tienen coordinados los traslados con los vuelos que llegan. El pasaje sale 350 pesos y los traslados son a la Nueva Terminal y a la plaza central de San Salvador de Jujuy.
Una vez en la Nueva Terminal, busqué cuál era la próxima empresa que viajaba hacia Purmamarca. Un dato importante: son varias las empresas que viajan hacia Humahuaca, via Purmamarca y Tilcara, pero no todas ingresan a Purmamarca pueblo, sino que paran en la ruta, en el acceso, a unos 3 kilómetros de distancia. Viajé, entonces, con Jama Bus, que por $155 pesos me dejó en el pueblo.

Purmamarca es una postal. Hermosa, hermosa, hermosa.
Paseé un poco por el pueblo, que son unas pocas manzanas, husmeé los puestos de la feria artesanal de la plaza, compré algunas cosas para desayunar y enfilé hacia el Paseo de los Colorados. Yo hice el recorrido de este a oeste, pero se puede hacer a la inversa también. Ingresando por calle Florida, se puede ir al mirador del Cerro El Porito, que tiene una muy linda vista del pueblo y cuya entrada cuesta 10 pesos. Si no, se puede ir directo hacia el Paseo.
No sé si yo tuve suerte o siempre es así, pero la mayor parte del trayecto tuve el paisaje para mí sola.
El camino es bastante llano así que, salvo que la altura los afecte, no tendrían que tener mayores dificultades para hacer la caminata de 3 kilómetros. El paseo también se puede ser un auto pero, como caminante tengo que decir, los vehículos molestan con su ruido y entorpecen el paisaje.
De regreso en el pueblo, di otra vuelta por la feria. Especulé con que en Tilcara quizás habría más cosas y a mejor precios y erré, compré un camino para la mesa pero me quedé con ganas de unas bufandas preciosas. En Purmamarca había cosas hermosas que no ví más tarde. Habrá que volver, nomás.
Vi varias opciones gastronómicas, pero yo no estaba con mucho hambre, así que compré una empanada al paso (que estaba riquísima, debo decir) y me fui hacia la parada de buses.
Si bien Purmamarca es el punto de partida ideal para ir a Salinas Grandes, como ya para el mediodía quería sacarme la mochila y parar un rato, decidí tomar el bus a Tilcara.
Tilcara es bastante más grande que Purmamarca y hay más opciones hoteleras y gastronómicas. Yo opté por Antigua Tilcara Hotel & Hostel y no puedo estar más contenta mi elección. El lugar es hermoso, la habitación dormi de seis camas muy cómoda, el desayuno muy bueno y el staff muy amoroso. Como mi visita fue el último día de agosto pude presenciar y participar de distintas ofrendas a la Pachamama que fueron muy interesantes y con motivo de ellas en el hostel hubo también guiso para todes con música incluida. La mejor experiencia.
Pero me estoy adelantando.
Una vez en Tilcara decidí almorzar, así que probé La Cheba, un lugar chiquito y acogedor con opciones para todos los gustos. Allí pedí una ensalada andina de quinoa, habas, papines y queso de cabra que estaba exquisita. Me trajé la receta para hacerla en Buenos Aires.
Ya con renovadas energías decidí que podía caminar un poco más aún así que fui hacia el Pucará de Tilcara, un yacimiento arqueológico prehispánico situado a menos de dos kilómetros del centro. Fui hacia allá cruzando por el lecho del Río Grande (seco en esta época del año) y regresé cruzando por el puente. La entrada cuesta 150 pesos para argentinos ($300 la entrada general, los lunes es gratis) e incluye la visita al Jardin Botánico de Altura y al Museo Arqueológico Casanova – que me quedó pendiente.
El paisaje aquí también es increíble y la caminata, que me llevó unas dos horas, valió muchísimo la pena. Mi recomendación es que, una vez que lleguen al mirador del Pucará, no regresen por el mismo camino sino que busquen por detrás del monumento el sendero que también los llevará a la entrada, pero pasando por el cementerio. La caminata será más larga, pero las vistas lo valen.
De nuevo en el pueblo, se pueden agasajar en Pueblo Nube un pequeño y afable café sobre calle Belgrano, donde el café es riquísimo, las galletitas de jengibre deliciosas y el ambiente relajado.
Después de pasear un poco más por las callecitas apacibles de Tilcara y comprar un vino para el evento de la noche, ya me fui al hostel, donde me esperaba una noche larga de ofrendas colectivas, pedidos por un buen año para el país, buenas charlas y música.
Día 2: Más Tilcara
Después de un desayuno energizante y nutritivo en el hostel, decidí arrancar la marcha hacia la Garganta del Diablo. Sí, no sólo Misiones tiene una de estas. Algunos recomiendan ir en taxi y volver caminando, ya que la caminata hacia allá es cuesta arriba y, no olvidarse, Tilcara está a más de 2400 metros sobre el nivel del mar.
Decidí hacer patria e ir a pie, a pesar de no sentirme super bien. Las vistas espectaculares del camino valieron la pena. Cada parada para sacar fotos me permitía recobrar mi aliento (o fue quizás al revés? 😉 ) y esas montañas que contrastaban con el cielo azul del día hermoso compitieron con la falta de oxígeno para sacarme el aliento.
En el camino me encontré con una chica y un chico que se hospedaban también en el hostel por lo que la charla durante el trayecto fue animada y nos alentamos entre nosotros en los momentos más demandantes de la subida.
Cuando llegamos a lo que estaba marcado en el mapa como la entrada al complejo, me di cuenta de que ir hasta la cascada iba a llevar una media hora más (más otra media hora de vuelta) en una bajada importante (con la consecuente subida del regreso). Mi cerebro me dijo «ya fue suficiente por este fin de semana, tenemos que llegar a la terminal de buses en menos de tres horas, basta de correr». Le hice caso, así que me despedí de los chicos que siguieron camino y emprendí el regreso hacia Tilcara. En el camino, terminé coincidiendo en la ruta con otra chica que también caminaba sola. Así que nos hicimos compañía y nos sacamos algunas fotos, ya que una se cansa a veces de la selfie cuando viaja sola.
Al llegar al pueblo, nos separamos. Ella se fue hacia el Pucará y yo a buscar un almuerzo rápido – en el Molle, donde aproveché para comprar algunas cosas en la tienda adjunta, incluido un alfajor de quinoa que estaba super – antes de ir a buscar mis cosas al hostel para tomar el bus hacia S.S. de Jujuy.
El viaje de regreso fue con unas horas de espera en San Salvador, donde aproveché para caminar por los alrededores de la plaza Belgrano, ya que la mayoría de los bares cercanos estaban llenos debido al partido Boca – River.
A las 19:30 ya estaba en la oficina de Aerolíneas Argentinas, desde donde sale la minivan que va al aeropuerto, y a las 22 despegaba el avión dando fin a mi breve visita jujeña, que me dio todo lo que necesitaba: amabilidad, paisajes increíbles, comida rica y silencio, mucho silencio.
Deja una respuesta