Hasta el año 2006 había salido del país en tres ocasiones: dos veces para ir a Chile y una vez para ir a Brasil, todo los viajes en contexto de vacaciones familiares. En familia también tuve oportunidad de recorrer varios puntos del país; alguno de ellos los pude revisitar ya de grande.
Para el 2006 había hecho algunos viajes vacacionales con amigas a la costa argentina – Mar del Plata, Monte Hermoso, Villa Gesell(1) – y otros por la región bonaerense: Sierra de la Ventana, Buenos Aires y paremos de contar.
En octubre de ese año me recibí, estaba ganando relativamente bien, aún vivía con mis viejos, así que Brasil apareció en el horizonte.
Con mi amiga M. empezamos a organizar el viaje que significó también gestionar mi primera tarjeta de crédito para poder comprar los pasajes por internet. Todo un acto de adultez.
Como con M. trabajábamos en ese momento juntas, cuando faltaba un mes para el viaje armamos un calendario para ir registrando la cuenta regresiva. Total excitación.
Salimos en febrero de 2007 hacia Fortaleza, sin mucha idea de qué íbamos hacer. Sólo teníamos reserva para unos días en la capital de Ceará y para otros en Natal. Qué iba a pasar en el medio era un misterio.
Fue mi primer viaje al exterior y fue sin dudas el menos planificado. Sabía que los viajeros llevaban mochila, así que me conseguí una, que era MUY mala, sin ningún tipo de soporte. La valija me parecía inaceptable, aunque no tenía muy en claro por qué(2).
También fue un viaje absolutamente low cost. En Fortaleza elegimos el hostel más barato que encontramos: el colchón era una lámina de algodón; las sábanas eran un conjunto de pelotitas; no había siquiera ventilador; entre las tablas del techo cuando llovía se colaba el agua; en el baño, por la noche, no había luz ni agua; y la cocina común era Chernobyl. Pero la dueña era super simpática y nosotras estábamos felices(3).
Ya en Fortaleza, hablando con otros viajeros, decidimos que Jericoacoara era EL lugar para ir.
De nuevo, con mucha improvisación, decidimos viajar por la tarde, porque no teníamos muuuucha idea de lo que sería ese viaje, ni que atravesaríamos la selva de noche. Llegamos Jeri bien tarde y empezó la odisea para encontrar un lugar dónde quedarnos. Después de ver varios lugares, ya cansadas, con hambre y con una de nosotras afectada un poco por la intensa presencia de insectos, nos terminamos decidiendo por un lugar que se nos presentó como el Paraíso. Como el costo estaba fuera de nuestro presupuesto, decidimos tarjetear(4).

Allí nos quedamos unos días, disfrutando de la belleza y el relax de Jeri, hasta que fue momento de ir a Natal donde nos esperaba una reserva en un hostel con forma de castillo. En fin.

Nuevamente, al igual que en Fortaleza, una vez en Natal descubrimos en seguida que los lugares para ir era Canoa Quebrada y Pipa. Nos decidimos por la última, sin mucha información, la verdad, creo que fue porque era más fácil llegar y porque la gente con la que veníamos hablando iban o venían de allí.
De nuevo, golazo de media cancha. Pipa era lo que teníamos en mente cuando pensamos en nordeste brasilero: playas espectaculares, barcitos con música copada y público joven. Agotamos nuestros días remanentes acostándonos tarde y levantándonos temprano para ir a cada día a una playa distinta.(5).
El viaje terminó con una noche más en Fortaleza, justo el primer día de Carnaval, en el mismo hostel cutre.
Después de casi tres semanas volvimos a Buenos Aires muy bronceadas, seguramente con alguna deficiencia nutricional, excitadísimas, pensando ya en el próximo viaje.
¿Cómo fueron sus primeros viajes? ¿Solos o con amigos? ¿Qué cosas de primerizos hicieron?
Deja una respuesta